domingo, 25 de octubre de 2015

Cómo clasificamos las personas y las cosas


Personas categorizadas según el animal al que se parecen. De Humana Physiognomonia
El término "estereotipo" fue acuñado en 1794 por el impresor francés Firmin Didot para referirse a un tipo de proceso de impresión en el cual se usaban unos moldes para producir copias de una composición de tipos móviles de imprenta en planchas metálicas. Con estas planchas duplicadas se podían imprimir periódicos y libros en varias imprentas a la vez, lo que hacía posible la producción en masa. El término fue utilizado por primera vez con su significado actual por el periodista e intelectual norteamericano Walter Lippmann en su obra de 1922  La opinión pública, un análisis crítico de la democracia moderna y el papel que juega el público en determinar su curso. A Lippmann le preocupaba la creciente complejidad de los asuntos que afrontaban los votantes y la manera en que estos desarrollaban sus opiniones sobre aquellos asuntos. Le preocupaba especialmente el papel de los medios de comunicación de masas. Con un lenguaje que parece extraído de un artículo académico actual sobre la psicología de las categorías, Lipmann escribió: "El entorno real es demasiado grande, demasiado complejo y demasiado fugaz para que pueda conocerse de forma directa... Y aunque tenemos que actuar en ese entorno, tenemos que reconstruirlo sobre un modelo más simple antes de poder manejarlo". Fue ese modelo más simple a lo que denominó estereotipo.
    Lippmann comprendió que los estereotipos que la gente utiliza provienen de la cultura a la que se hayan visto expuestos. La suya fue una época en la que los periódicos y revistas de gran distribución, además del nuevo medio del cine, llevaban las ideas y la información a una audiencia mucho más grande y lejana de lo que nunca antes había sido posible. Aquellos medios de comunicación habían puesto a disposición del público una variedad hasta entonces insólita de experiencias del mundo, lo cual no implicaba necesariamente que proporcionaran una imagen nítida del mundo. Las películas, en particular, transmitían un retrato de la vida elocuente, y de apariencia real, pero a menudo poblado por tópicos y caricaturas. Los personajes arquetípicos eran (y todavía lo son) un recurso socorrido (los reconocemos al instante) pero su uso amplifica y exagera los rasgos de carácter que asociamos con la categoría que representan. De acuerdo con los historiadores Elizabeth Ewen y Stuart Ewen, al notar la analogía entre la percepción social y un proceso de imprenta que permitía generar un número ilimitado de impresiones idénticas, "Lippmann había identificado y dado nombre a una de las características más potentes de la modernidad".
    Aunque las categorizaciones debidas a la raza, la religión, el género y la nacionalidad son las que reciben más prensa, categorizamos a la gente de muchas otras maneras. Problablemente todos podemos pensar en casos en los que hemos echado en el mismo saco a deportistas y banqueros, en los que nosotros y otros hemos caracterizado a las personas que acabamos de conocer por su profesión, apariencia etnicidad, educación, o incluso por el coche que conducen. Algunos estudiosos de los siglos XVI y XVII categorizaron incluso a las personas en función del animal al que más se parecían, tal y como se muestra en las imágenes de De Humana Physiognomonia, una especie de guía de campo de los caracteres humanos que escribió en 1586 el italiano Giambattista della Porta.
    Una ilustración más moderna de la categorización por la apariencia fue la que se desarrolló una tarde en un pasillo de unos grandes almacenes de Iowa City. Allí un hombre sin afeitar, vestido con unos vaqueros sucios y remendados y una camisa azul de trabajo introdujo un pequeño artículo de vestir en el bolsillo de su chaqueta. Otro cliente que estaba en el mismo pasillo le vio hacerlo. Poco tiempo después, un hombre bien acicalado con pantalones planchados, chaqueta deportiva y corbata hizo lo mismo, observado por un cliente distinto que estaba comprando algo cerca de él. Aquel día se produjeron incidentes como estos una y otra vez. Pero no se trataba del día Nacional de la Cleptomanía sino de un experimento dirigido por dos psicólogos sociales. Con la plena cooperación de las tiendas involucradas, los investigadores pretendían estudiar de qué modo las reacciones de los testigos se ven afectadas por la categoría social del delincuente.
    Todos los rateros eran cómplices de los investigadores. Inmediatamente después de cada episodio de hurto, el ladrón se alejaba hasta un lugar donde no pudiera oír  al cliente pero este todavía pudiera verlo. Entonces otro cómplice de la investigación, vestido como empleado del almacén, se acercaba al cliente y comenzaba a ordenar la mercancía en los estantes. De esta forma se ofrecía al cliente una oportunidad fácil de informar del delito. Todos los clientes observaron el mismo comportamiento pero no todos reaccionaron del mismo modo. Un número significativamente menor de los clientes que vieron un hurto cometido por un hombre bien vestido informó del delito, en comparación con los que habían visto a la persona desaliñada. Más interesantes aún fueron las diferencias en la actitud de los clientes cuando avisaron del hurto al empleado. Sus análisis de los sucesos fueron más allá de lo que habían observado, como si se hubieran hecho una imagen mental del ratero basada tanto en su categoría social como en sus acciones. A menudo dudaron si delatar al criminal bien vestido vestido pero avisaron con entusiasmo del ladrón desaseado, aliñando sus relatos con frases del vestido de "ese hijo de perra acaba de meterse algo en el abrigo". Era como si la apariencia desaliñada de aquellos hombres les dijese a los clientes que hurtar debía ser el menor de sus pecados, como si fuese un indicio de una naturaleza interior tan sucia como sus ropas.
    Nos gusta pensar que juzgamos a las personas como individuos, y a veces nos esforzamos conscientemente por evaluar a los otros sobre la base de sus rasgos particulares. A menudo lo logramos. Pero si no conocemos bien a una persona, nuestra mente recurre a su categoría social en busca de respuestas.

Subliminal
Leonard Mlodinow

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