viernes, 23 de octubre de 2015

Suiza. Cuando el emigrado no es el capital

Las imágenes son de Alternativas News.
Alternativas News.

Pues sí, así como suena, los suizos nos tienen miedo. Vamos a alterar sus cómodas vidas de burgueses instalados en su  “paraíso occidental”, donde todo son facilidades y privilegios económicos y sociales. Y para que no les molestemos se blindan y enroscan como ese tipo de moluscos que para defenderse del peligro exterior se aíslan endureciendo su caparazón.


Acaban de aprobar en referéndum el endurecimiento de la ley de Asilo y  Refugio del país. Los suizos nos ven a los pobres del sur de Europa, llámense griegos, españoles, portugueses o italianos, como invasores que vienen a alterar sus cómodas vidas, gente que pone en peligro la seguridad de sus hijos para aprovecharse de su sistema de social. En alguna ciudad han puesto en marcha una serie de medidas para restringir los movimientos de quienes ellos consideran  un peligro para su sistema de vida, prohibiendo el acceso a determinadas zonas de la ciudad, como los colegios, las piscinas, las zonas deportivas, etc por temor a que alteren su bienestar social.

 La sociedad suiza se entrega a un discurso simplista, actuando así de forma egoísta e hipócrita. No restringen la entrada en sus fronteras a toda esa caterva de gente que se lleva el dinero de su país, evadiendo impuestos, para depositarlos en sus bancos, buscando la seguridad de fortunas muchas veces amasada de forma ilegal, cuando no criminalmente. Resulta curioso que los suizos no quieran a los europeos pobres del sur cuando parte de su bienestar procede del dinero que ilegalmente se extrae de estos países. Es indignante que Suiza siga amparando y protegiendo a ese tipo de delincuentes de cuello blanco, mandatarios que reproducen la pobreza de las sociedades a cuyos habitantes miran con desprecio y le limitan el ejercicio de sus derechos humanos.

Suiza es uno de los denominados paraísos fiscales, un país que acoge con total impunidad a esos señores de postín. Son los mismos bancos que después cargarán sus intereses financieros a los Estados del sur. Eso sí, los clientes de estos bancos suizos suelen presumir de patriotismo con descaro y cinismo, desfilan por los medios de comunicación de sus respectivos países asumiendo el rol de respetables, de defensores de los valores patrios, incluso religiosos, envolviéndose en banderas a las que dicen defender, pero que, en el fondo, la única patria y bandera que defienden se llama dinero. De eso sabemos mucho en España.

Por otro lado, resulta escandaloso que la Unión Europea no afronte con contundencia el tema de los paraísos fiscales, y más cuando los países sureños no levantan la cabeza debido en gran parte a la suculenta evasión de capitales que sufren. El producto nacional se va por las alcantarillas cuando se vislumbra situaciones que los evasores consideran peligrosas para sus intereses. Tanto legislar contra cualquier nimiedad, y no se afronta uno de los grandes pecados que vive Europa y que permite incluso dentro de sus propias fronteras (véase el caso concreto de Luxemburgo, país que hasta hace poco ha estado presidido por quien ahora es, nada más y nada menos, que presidente del Gobierno europeo). Será porque muchos de nuestros políticos europeos tienen allí sus fondos, a buen recaudo, y necesitan de estos paraísos para cuando dejen su poltrona.

 Suiza siempre ha sido un país bien considerado a nivel internacional, incluso se le ha respetado su supuesta neutralidad, aun cuando todos saben que su  “status” privilegiado se debe, en gran parte, a su situación de guardián del dinero sucio que los ricos y, muchas veces, los indeseables, depositan en sus bancos. Estas instituciones son los templos del dios más querido de estas sociedades opulentas, el dinero. Un dios que exige adoración y total entrega, y obliga a sus adoradores a crear un ámbito social cerrado, donde los pobres y los que buscan espacio para trabajar y ganarse su vida, no les molesten. Y así, de vez en cuando, promueven referéndums donde las respuestas que se solicitan tienen mucho que ver con preservar su supuesta seguridad económica. De esta manera, los suizos están formando una sociedad cerrada, satisfecha, anestesiada ante los males de “los demás”, que camina aburrida y adornada de una hipocresía supina, cuyos niveles de bienestar económico no produce la felicidad. Los suizos no nos quieren, pues ellos que se pierden la vitalidad, la ganas de vivir y superarse, la alegría de moverse por otros valores que no son solo el dinero, y que, por supuesto, de no tener que cerrarse bajo la culpabilidad de ser un país que vive de la rapiña y de las ilegalidades de sujetos que hacen mucho mal  a las sociedades en las que viven.


Fuente:  http://lareplica.es/suiza-cuando-el-emigrado-no-es-el-capital/

No hay comentarios:

Publicar un comentario