domingo, 4 de octubre de 2015

Una tormenta perfecta en el origen de los cuerpos



El don de la oportunidad lo es todo. Las mejores ideas, inventos y conceptos no siempre ganan. ¿Cuántos músicos, inventores y artistas se adelantaron tanto a su tiempo que fracasaron estrepitosamente y fueron olvidados y redescubiertos mucho más tarde? No tenemos que buscar más lejos que en el pobre Heron de Alejandría, quien, acaso en el siglo I d.C., inventó la turbina de vapor. Por desgracia, se consideró sólo un juguete. El mundo no estaba preparado.
     La historia de la vida funciona igual. Todo tiene su momento, quizá incluso los cuerpos. Para comprenderlo, tenemos que comprender por qué en primera instancia aparecerían los cuerpos.
    Hay una teoría al respecto extremadamente simple: ¿es posible que los cuerpos aparecieran cuando los microbios desarrollaron nuevas formas de devorarse o de evitar ser devorados? Tener un cuerpo con muchas células permitía a las criaturas ser más grandes. Ser más grande suele ser una buena forma de evitar ser devorado. Los cuerpos habrían aparecido simplemente como un mecanismo de defensa.
    Cuando los depredadores desarrollan nuevas formas de comer, las presas desarrollan nuevos modos de evitar tan fatídico destino. Esta interacción habría dado origen a gran parte de nuestras moléculas responsables de construir el cuerpo. Muchos microbios se alimentan adhiriéndose a otros y engulléndolos. Las moléculas que permiten que los microbios atrapen a su presa y se aferren a ella son posibles candidatas a moléculas que forman los remaches y adhesiones entre las células de nuestro cuerpo. Algunos microbios pueden realmente comunicarse entre sí produciendo compuestos que influyan en la conducta de otros microbios. Las interacciones depredador-presa entre microbios suelen comportar la transmisión de instrucciones moleculares, ya sea para protegerse de predadores potenciales o para que ejerzan de reclamo para atraer a las presas y que se acerquen. Tal vez este tipo de señales fueran precursoras de las señales que nuestras propias células utilizan para intercambiar información con el fin de mantener intacto nuestro cuerpo.
   Podríamos seguir especulando sobre ello hasta el infinito, pero sería más emocionante contar con alguna evidencia experimental tangible que nos mostrara cómo la depredación pudo dar lugar a los cuerpos. Eso es, en esencia, lo que presentaron Martin Boraas y sus colegas. Tomaron un alga que normalmente es unicelular y la mantuvieron viva en el laboratorio durante más de un millar de generaciones. Después introdujeron un depredador: una criatura unicelular con un flagelo que envuelve a otros microbios para ingerirlos. En menos de doscientas generaciones, el alga reaccionó convirtiéndose en un grupo de centenares de células; con el paso del tiempo, el número de células descendió hasta que sólo hubo ocho en cada grupo. Ocho resultó ser el número óptimo porque hacía los grupos lo bastante grandes para evitar ser devorados y lo bastante pequeños para que todas las células pudieran captar luz con la que sobrevivir. Lo más asombroso sucedió cuando se apartó al depredador: las algas siguieron reproduciéndose y formando individuos de ocho células. En resumen: a partir de algo sin cuerpo ha surgido una versión simple de una forma pluricelular.
    Si su experimento puede producir al cabo de varios años una organización simple parecida a un cuerpo a partir de un no cuerpo, imaginemos lo que podría suceder en miles de millones de años. La pregunta pasa a ser entonces no cómo surgieron los cuerpos, sino por qué no surgieron antes.
    La respuesta es que tal vez el mundo no estuviera preparado para que hubiera cuerpos.
    Un cuerpo es algo que sale muy caro tener. Hay ventajas evidente en convertirse en una criatura con un cuerpo grande: además de devorar a criaturas más pequeñas y desplazarse activamente pueden evitar mejor a los depredadores. Pero ambas, consumen mucha energía y para disponer de suficiente energía se requiere oxígeno.
   El problema era el siguiente: en la antigüedad los niveles de oxígeno existentes en la Tierra eran muy bajos. Durante miles de millones de años, los niveles de oxígeno en la atmósfera ni siquiera se aproximaban a los actuales. Después, hace aproximadamente millones de años, la cantidad de oxígeno aumentó de forma espectacular y se ha mantenido relativamente alta desde entonces. ¿Podría el aumento del oxígeno en la atmósfera estar vinculado al origen de los cuerpos?
    Tal vez producir cuerpos adoptara la forma paleontológica equivalente a la de una tormenta perfecta. Durante miles de millones de años, los microbios desarrollaron nuevas formas de interaccionar con su entorno y entre sí. Al hacerlo, dieron con algunos de los componente y herramientas moleculares que sirven para construir cuerpos, aunque los utilizaban para otros fines.
    También se daba otra causa del origen de los cuerpos: hace mil millones de años, los microbios aprendieron a devorarse los unos a los otros. Había una razón para construir cuerpos y las herramientas para hacerlo estaban ya disponibles.
    Faltaba algo. Ese algo era el oxígeno suficiente sobre la Tierra para poder mantener los cuerpos. Cuando el oxígeno de la Tierra aumentó, aparecieron cuerpos por todas partes. La vida jamás volvería a ser la misma



Tu pez interior
Neil Shubin

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