sábado, 16 de enero de 2016

Antes del manga, Yoshitoshi era el amo de la ilustración japonesa



En el sintoísmo y la mitología japonesa, Tsukuyomi es el dios de la luna. Hermano de Amaretuasu, la diosa solar, los géneros de ambos dioses son excepciones notables dentro de la cosmovisión de los pueblos, que tienden a darle a Lorenzo el carácter masculino y a Catalina el femenino. Ambas deidades nunca están juntas, creando el ciclo del día y la noche, debido a que Amaretuasu se enfadó con su hermano por matar a Ukemochi, la diosa de la comida.

Tsukuyomi es el testigo de excepción en la serie Cien aspectos de la luna, que el grabador japonés del siglo XIX Tsukioka Yoshitoshi creó al final de su vida y que fueron publicados por el editor Akiyama Buemon en Tokio. Sans Soleil acaba de editar una versión en castellano de esta obra que recoge una serie de acontecimientos que marcan la cultura japonesa.

«Es una especie de enciclopedia visual de los aspectos más notables de la cultura clásica japonesa», con una «variedad temática desbordante, con personajes religiosos, políticos, militares, literarios y mitológicos», explica David Almazán, profesor del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza y editor de la edición en castellano.


La técnica de grabado usada por Yoshitoshi es el ukiyo-e, una forma de xilografía que podría traducirse como pinturas del mundo flotante que tuvo gran importancia durante el periodo Tokugawa (1603–1867). Su notoriedad, explica Almazán, fue una consecuencia del desarrollo editorial japonés y de las clases medias.

«Una población que mayoritariamente sabía leer y que vivía concentrada en grandes urbes es, sin duda, un buen mercado para el negocio de la literatura de ocio. Las novelas se vendían mejor si estaban ilustradas, así que floreció un próspero negocio de ilustración de libros, que pronto derivó en la creación de estampas independientes».

Era un producto de consumo como el manga actual, de venta en kioscos y no en galerías de arte, sin pretenciosidad pero con gran calidad gráfica. Su temática iba desde la alta cultura hasta la sátira, pasando por la pornografía o el belicismo. Apreciado por las clases medias, no se consideraba parte del gran arte que disfrutaba la cumbre de la pirámide social japonesa.

«Ninguno de los artistas del ‘ukiyo-e’ ganó grandes cantidades de dinero y todos llevaron vidas bastante humildes y sin reconocimiento oficial debido a su bajo rango social», cuenta. «Por eso sorprendió mucho en Japón que los artistas más valorados en Occidente no fueran los grandes pintores de la tradición culta, sino los autores de las estampas ‘ukiyo-e’, como Utamaro o Hokusai».

El Japonesismo es como se denomina a la influencia de este tipo de grabado en pintores y artistas impresionistas. Édouard Manet, Edgar Degas, Claude Monet o Toulousse-Lautrec son solo algunos de los grandes nombres que coleccionaron estas estampas, que llegaban a occidente gracias a la apertura al exterior que trajo a Japón la restauración Meiji. La claridad de la línea, el espacio compositivo y la fuerza del color impactaron en el desarrollo del arte occidental.


Yoshitoshi, el autor, es definido por Almazán como «el más genial de los artistas del grabado japonés de la segunda mitad del siglo XIX por su gran habilidad para el dibujo y su gran imaginación» y el «último maestro del grabado japonés». La modernización del siglo XX, con sus técnicas de impresión, achicó el espacio del grabado ukiyo-e. Este pasó de objeto de consumo de masas a elemento de prestigio para los coleccionistas. Un camino que una parte del arte popular suele transitar.





Fuente:  http://www.yorokobu.es/yoshitoshi/

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