domingo, 28 de febrero de 2016

Necesitamos un Plan B al crecimiento


Don McCullin
 La búsqueda del crecimiento está en el trasfondo del primer lema de las jornadas (“contra la austeridad”). El lema se refiere al desigual reparto de la riqueza y hubiera sido mejor usar una fórmula de ese tipo, ya que la austeridad no solo es necesaria, sino que, en los tiempos en los que estamos, con recursos cada vez más difíciles de conseguir, es inevitable. Por supuesto, me refiero a la austeridad justa, con reparto de la riqueza.
En las jornadas pudimos oír a Kostas Lapavistas, profesor universitario de economía y referente de la izquierda griega y europea, decir que el petróleo ya no es un problema para Europa porque está barato. Es preocupante que una persona de su categoría no exprese la importancia central del petróleo para el funcionamiento de la economía, ni sea capaz de analizar el precio del petróleo con una mirada más amplia.
Por su parte, Nacho Álvarez, una de las cabezas económicas de Podemos, nos hizo una apología del crecimiento, y puso el ejemplo de cómo Argentina lo consiguió gracias a una expansión monetaria y un precio alto de la soja (entre otros factores). Sin embargo, obvió dar un paso fundamental más en el análisis. La soja crece en Argentina en monocultivos transgénicos dependientes de abonos y pesticidas de síntesis (por cierto, todo ello gracias al petróleo) y es un modelo que no tiene mucho recorrido por delante, fruto del agotamiento del suelo, de los acuíferos y del petróleo barato. No podemos entender el crecimiento sin entender la base material sobre la que se sostiene (lo que no quiere decir que sea el único requisito).

Se acabó el tiempo de los recursos fácilmente disponibles
Actualmente, estamos viviendo la Gran Recesión económica y la crisis terminal de hegemonía estadounidense. También el momento de la historia de la humanidad en la que las desigualdades en el reparto de la riqueza y el poder están siendo mayores. Pero los elementos que están marcando un punto de total quiebra histórica son el fin de la energía abundante, versátil y barata; la dificultad creciente de acceso a muchos materiales; el cambio climático; la quiebra de las bases de la reproducción social causada por la crisis de los cuidados (dejar desatendidos elementos básicos para el sostén de la vida como la alimentación saludable, la higiene o el apoyo emocional), y la pérdida masiva de biodiversidad.

¿Por qué estamos viviendo el final de la energía abundante, versátil y barata? Básicamente, porque los combustibles fósiles más fáciles de extraer y de mejores prestaciones se están agotando. Estamos viviendo ya el principio del descenso en la capacidad de extracción de petróleo “bueno” (petróleo convencional) y, en breve, del petróleo en su totalidad. Los que van quedando son los crudos no convencionales: los más caros, difíciles y de peor calidad (los que se extraen mediante fracking, las arenas bituminosas, los de aguas ultraprofundas o del ártico). Y lo mismo le ocurrirá en los próximos lustros al gas, al carbón y al uranio.

Pero, ¿no hay mix energético alternativo equivalente a los combustibles fósiles? Que el petróleo, acompañado por el gas y el carbón, sea la fuente energética básica no es casualidad. El petróleo se caracteriza (en algunos casos se caracterizaba) por: tener una disponibilidad independiente de los ritmos naturales; ser almacenable de forma sencilla; ser fácilmente transportable; tener una alta densidad energética; estar disponible en grandes cantidades; ser muy versátil en sus usos (combustibles de distintas categorías y multitud de productos no energéticos); tener una alta rentabilidad energética (con poca energía invertida se consigue una gran cantidad de energía); y ser barato. Una fuente que quiera sustituir al petróleo debería cumplir todos esos requisitos, pero también tener un reducido impacto ambiental para ser factible en un entorno fuertemente degradado. Ni las renovables, ni la nuclear, ni los hidrocarburos no convencionales, ni la combinación de todas ellas, es capaz de sustituir a los fósiles.

El mito del crecimiento
En un contexto de recursos limitados, la propuesta de volver al crecimiento se sostiene sobre varios mitos.
El primero es el de la eficiencia. Propone que el aumento de la eficiencia es parte de la solución (o incluso la solución) a los problemas energéticos y materiales, y que, por lo tanto, puede sostener una fase expansiva de crecimiento. Sin embargo, tiene límites insuperables e incluso efectos secundarios adversos.

En primer lugar, una parte de las supuestas mejoras en la eficiencia en las regiones centrales no son tales, sino deslocalizaciones de los procesos más consumidores de materia y energía a las zonas periféricas. Por ejemplo, el grueso de la industria pesada ya no está en Europa, sino en lugares como China o India.
En segundo lugar, las medidas basadas en la eficiencia tienen poco recorrido si se persigue el sostenimiento del crecimiento exponencial. Hace falta una reducción del uso de energía y materiales del orden del 90% en las regiones centrales para entrar dentro de los límites de la sostenibilidad. Para alcanzar esta meta con medidas de ecoeficiencia sería necesario que los materiales y la energía imprescindibles por unidad del PIB disminuyesen 10 veces. Pero si la economía sigue creciendo al 2%, sería necesario que lo hiciesen 27 veces, y si crece al 3%, 45. De modo que, obviamente, no es posible continuar la mejora de la eficiencia indefinidamente.

Por otra parte, la eficiencia no siempre conlleva una reducción en el consumo de materia y energía. Por ejemplo, a pesar de la mejora en las emisiones de CO2 de los vehículos en la UE (Volkswagen y Reanault mediante), la reducción de emisiones por kilómetro recorrido se ha visto desbordada por el impresionante aumento del parque automovilístico y de los kilómetros recorridos en coche. El resultado es un incremento del consumo global de petróleo por parte de los vehículos europeos. Esto es lo que llamamos “efecto rebote”. La eficiencia sin reducción no sirve. Este ejemplo dista de ser una excepción, ya que cuando los aparatos son más eficientes salen más baratos al bolsillo y a la conciencia (parece que se contamina menos), con lo que se incrementa su uso. Y a esto hay que añadir la construcción de nuevas infraestructuras que, en ocasiones, lleva acoplada la mejora tecnológica.

Además, no hay que considerar solo el efecto rebote directo, sino también el indirecto. Este consiste en que los ahorros se desvían a otros sectores donde se incrementa el consumo. El fundamento último del “efecto rebote” es que el aumento de la eficiencia libera recursos que permiten aumentar la producción y el consumo. En realidad, es una consecuencia intrínseca del capitalismo y de su necesidad de crecimiento continuo.

El segundo mito es el de la desmaterialización, es decir, la afirmación de que la economía capitalista puede seguir creciendo reduciendo su consumo de energía y materiales. Sin embargo, el consumo energético y material desde la Revolución Industrial tiene forma de curva exponencial, como la tiene el PIB. Y, en todos los periodos en los que ha bajado el consumo de materia se han debido a una recesión económica. Además, la correlación entre el PIB y el consumo energético mundial a lo largo del tiempo es casi lineal.

El centro la la propuesta de la desmaterialización está en una economía basada en los servicios. Pero este tipo de actividad no es menos consumidora de materia y energía: una cantidad equivalente de riqueza monetaria procedente del sector servicios privado, incluido hoteles, comercios y transporte, demanda casi la misma intensidad energética que el sector industrial, y además requiere de este para existir.

En realidad, la desmaterialización es físicamente imposible. No es factible el reciclaje de todo, en primer lugar por la Segunda Ley de la Termodinámica, que marca que la utilización de energía implica inexorablemente su degradación. Muchos elementos básicos se dispersan en su uso: desde el fósforo utilizado en la fertilización, hasta los óxidos de zinc presentes en los neumáticos que se van esparciendo por las carreteras con el desgaste. Solo podrían ser reciclables si fuesen biodegradables y ese trabajo lo hiciesen los ecosistemas con tiempo y energía solar, y aun así este proceso no sería 100% eficiente. La falsedad del mito de la desmaterialización lo ejemplifica el aparato por antonomasia de la sociedad virtual, el ordenador, que tiene detrás altos requerimientos materiales y energéticos.

En realidad, estos dos mitos son hijos del mito de la ciencia y la tecnología, que reza que nuestro intelecto podrá superar cualquier obstáculo. Pero el sistema tecno-científico tiene límites. El primero es que ya se ha inventado lo que era “fácil” de inventar, los descubrimientos actuales requieren de inversiones temporales, materiales, energéticas, económicas y humanas cada vez mayores. Contra lo que podría parecer, el ritmo de innovaciones reales es cada vez menor. Un segundo problema es que la tecnología la podemos definir como conocimiento, materia y energía condensados, y los tres factores son limitados. Además, lo que se espera no es que haya un avance en genérico, sino que se descubra justo lo que haga falta en el momento preciso y que se pueda implantar de forma inmediata a nivel mundial. Esto está mucho más cerca del término “milagro” que de la palabra “descubrimiento”.

Necesitamos un Plan B al crecimiento
Por todo ello, necesitamos un Plan B para Europa que luche contra el desigual reparto de la riqueza, que busque una democracia real (incompatible con la UE) y que entienda que esto no se puede conseguir con más crecimiento, sino con un nuevo modelo socioeconómico que no necesite crecer.
Afortunadamente, aunque en menor medida, esto también estuvo presente en las jornadas del Plan B. Así, escuchamos a personas como Marga Mediavilla, Florent Marcellesi, Yayo Herrero o incluso Amaral abogar por un Plan B para las personas y para el entorno, entendiendo que no son elementos desligados. Un Plan B al crecimiento.


Fuente:  http://www.attac.es/2016/02/26/necesitamos-un-plan-b-al-crecimiento/

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