viernes, 10 de febrero de 2017

El mar interior

 El mero hecho de estar vivo es, desde luego, más
que suficiente aventura en un mundo como éste,
tan errático e inconexo; tan adorable y extraño
y misterioso y profundo. Y, en cualquier caso,
es una pena permanecer en él medio muerto.

WALTER DE LA MARE, Islas desiertas, 1930




John Hunter, nacido en Escocia en 1728, fue un cirujano y anatomista que estudió en Barts. Después de servir en el ejército abrió su consulta en Londres; su hermano William era obstetra en el hospital Queen Charlotte, y asistió en el parto del futuro Jorge IV. John Hunter era un médico conocido y muy solicitado. Entre sus pacientes se contaba un Bejamin Franklin ya mayor (y más sabio), que ahora sufría de piedras en la vejiga, y el futuro Lord Byron, cuyo nacimiento asistió y a quien recetó una bota especial para su pie equinovaro*, consejo que la madre del poeta procedió a ignorar. A ambos pacientes que eran nadadores entusiastas, les habría resultado útil el procedimiento de Hunter para tratar a los que casi habían muerto ahogados: recomendaba aplicar estimulación eléctrica para volver a arrancar los corazones.
   La curiosidad de Hunter no conocía límites. Su lema era experimentar, no concebía limitarse únicamente a plantear hipótesis. Fue el primero en describir científicamente los dientes  y en transplantarlos vivos de un paciente a otro. Incluso experimentó sobre su propio cuerpo, mojando su bisturí en la llaga de una prostituta y luego haciéndose cortes en el glande y el prepucio con la intención de inocularse la gonorrea, aunque este experimento comportó la inesperada consecuencia de que contrajera también la sífilis. En una línea de investigación menos dramática, también encargó a su discípulo Edward Jenner que tomara la temperatura a un erizo.
   Hunter era un gran profesor, pero su franqueza y su aparente sed de sangre no le hicieron muy popular. Blake lo retrató como "Jack Abretripas" en su parodia satírica Una isla en la luna. En Londres, Hunter vivía en una gran casa en Leicester Square, en cuyo comedor un espécimen de un pene erecto enmarcado en oro recibía a los visitantes; su residencia en el campo -a la que iba conduciendo un carro tirado por un búfalo- estaba en Earl´s Court. Allí, Hunter vivía rodeado de un museo viviente, como si estuviera desarrollando un gran experimento. En su propiedad había guaridas de leopardos y chacales, y las cebras y las avestruces corrían por los jardines. Había águilas encadenadas a rocas y jirafas que mordisqueaban los árboles. También había una gran caldera para hervir los cuerpos tanto de los humanos como animales muertos.


   Las colecciones de animales formaban parte de la vida londinense desde el siglo XIII, cuando el rey Juan organizó su propio zoológico en la Torre e incluyó en él leones de Berbería (cuyos restos han sido identificados luego como una especie extinta), elefantes, leopardos y un oso polar al que se permitía pescar en el Támesis su propia comida atado con una larga cadena. En el siglo XVIII los animales exóticos excitaban a una ciudad sedienta de sensaciones nuevas; era una especie de teatro. En el ´Change, que era como se conocía el lugar que albergaba a las bestias, damas con sombrero y dandis con botines altos eran entretenidos por leones, tigres, monos, cocodrilos, e incluso un elefante indico llamado Chunee, todos exhibidos en jaulas apenas más grandes que sus cuerpos y alojados en el piso superior de un edificio del Strand, una auténtica galería comercial de bestias. Los rugidos de los leones del piso superior asustaban a los caballos que pasaban por la calle.
   Entre los muchos visitantes de esa casa se contaron Jane Austen y Lord Byron. Este último, escribió :"El elefante me cogió con la trompa me quitó el sombrero, abrió una puerta e hizo estallar un látigo. Se comportó tan bien que habría deseado que fuera mi mayordomo". En 1826, tras aplastar accidentalmente a su cuidador alemán al girarse dentro de la jaula, Chunee, que sufría una infección grave en un colmillo, intentó romper los barrotes de hierro e hizo temblar de tal modo las paredes de la casa que los propietarios creyeron que todos los animales iban a acabar sueltos por las calles de Londres, "pues había varios leones, tigres y otras bestias feroces confinadas en ese mismo apartamento, a las que el elefante podría haber liberado con facilidad". Se llamó a soldados de la cercana Somerset House que, después de que  el cuidador ordenara al obediente paquidermo que se arrodillase, abrieron fuego contra el elefante ante los gruñidos y rugidos de los demás animales. "El animal, al verse herido, emitió un fuerte y estremecedor quejido", intentó liberarse utilizando su trompa y finalmente se retiró al fondo de su jaula, donde lo intentaron rematar con lanzas.

 
  Tras ciento cincuenta y dos disparos de mosquete -y con una multitud congregada frente a la casa que incluso llegó a ofrecer dinero por ver morir al animal- Chunee tuvo que se apuntillado por su cuidador con un arpón. Su muerte fue tan caótica y angustiosa como la de una ballena cazada en el mar, y sus restos igual de codiciados [...]. Las cartas de protesta que recibió The Times llevaron, ese mismo años, a la creación de la Sociedad Zoológica de Londres para buscar un modo más ilustrado de guardar animales en cautividad. "Colocar a un elefante o a cualquier animal en una caja que guarda las mismas proporciones respecto a su cuerpo que un atúd respecto a una persona es inhumano", escribió uno de los escandalizados lectores de The Times, profundamente ofendido por el "cruel espectáculo"....


El mar interior
Philip Hoare

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