sábado, 4 de febrero de 2017

La palabra tiene un cuerpo

 
Lincoln Agnew


De niño, fui considerado un idiota. Me suspendieron en segundo
de primaria, juzgándome incapaz de aprender. Cuando hablo, 
tratando de enseñar algo, siempre me dirijo a él, al niño idiota que 
fui una vez.. Por él reduzco, desmenuzo, mastico las cosas hasta 
llegar al hueso. En las personas a las que me dirijo cuando doy 
clases o una conferencia, busco siempre el rostro aburrido y algo 
alelado del niño que fui....


    Frente a la licuación de la Escuela hay algo que sigue resistiendo: los profesores en su relación con el deseo de saber. Pero ¿qué perdura de la profesión docente hoy en día? La palabra como experiencia de la transmisión, la escritura como testimonio capaz de unir de manera única e irrepetible la vida a su sentido. Eso es lo que perdura. La escritura como nombre último de la vida en el sentido de que la vida misma y nuestras prácticas sin fin, nuestros actos, el testimonio que nosotros mismos sabemos dar de la vida, son la forma más alta de la escritura.
   Volvemos a la falla que recorre el saber y que hallamos también en el centro del lenguaje. Si el alfabeto es un código que ha de aprenderse para poder hablar, la palabra es lo que genera las infinitas posibilidades de ese código. Ése es el poder de la literatura y, más en general, el poder de la palabra. Las palabras están vivas, entran en el cuerpo, perforan el vientre: pueden ser piedras o pompas de jabón, hojas milagrosas. Pueden hacer que nos enamoremos o herirnos. Las palabras no son sólo medios para comunicar, las palabras no son sólo un vehículo de información, como la pedagogía congnitivizada de nuestro tiempo pretende hacernos creer, sino cuerpo, carne, vida, deseo. No utilizamos simplemente las palabras, sino que estamos hechos de palabras, vivimos y respiramos en las palabras.
   La palabra no se limita a salir del cuerpo, sino que tiene un cuerpo. ¿Qué es, entonces, una hora de clase? Es un encuentro con el oxígeno vivo del relato, de la narración, del saber que se ofrece como un acontecimiento. Incluso cuando sus objetos son teoremas, ecuaciones, volcanes, células, fórmulas químicas, y no sólo pinturas de Tintoretto o Van Gogh, o poemas de Saba o de Rilke. Sucede cada vez que la palabra de quien enseña abre nuevos mundos. Una y otra vez se produce un despertar. Una y otra vez surge un nuevo mundo....


La hora de clase
Massimo Recalcati

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