domingo, 23 de abril de 2017

Egeria: la primera gran viajera que escribió sin saberlo el primer libro de viajes

En el año 384, una mujer escribió en su cuaderno de viajes: «Como soy un tanto curiosa, quiero verlo todo». Se llamaba Egeria y entre los años 381 y 384 cruzó tres continentes, recorrió más de 5.000 kilómetros, en su mayor parte a lomos de un burro (o de una mula) y hoy es considerada la primera gran viajera y peregrina allende los mares de la que se tiene noticia y la primera en dejar un documento escrito de su aventura.

Una hazaña loable por muchos motivos, pero sobre todo porque, como mujer, el peso de la vulnerabilidad y de la crítica social ante semejante muestra de independencia superaba incluso el ostracismo que llegaría con el medievo. «Su experiencia muestra hasta qué punto podían romperse los roles de género en la sociedad de la antigüedad tardía, al presentarse como una auténtica aventurera», escribe Rosa María Cid, profesora titular de Historia Antigua de la Universidad de Oviedo.

«Las exploradoras fueron señoras de gran coraje, ignoradas por sus esposos en los escritos sobre sus hallazgos. Si se aventuraban sin un hombre al lado eran vistas como marimachos excéntricos. Como dice un refrán alemán del medievo: “Peregrina salió, puta volvió”. Que una mujer quisiera salir de su casa levantaba estas ronchas», explica Cristina Morató en su libro Viajeras intrépidas y aventureras.

Egeria

 Egeria fue escritora sin buscarlo y aventurera sin proponérselo. Era culta, profundamente religiosa (aunque muchos descartan que fuese monja, concepto que todavía no existía en esa época) y pertenecía a la alta clase social, entre otras cosas porque se ha barajado la idea de que viajaba con la ayuda de un salvoconducto o pasaporte que le facilitaba el cruce de fronteras y que en aquella época estaba reservado tan sólo para personas importantes.

Para muchos analistas de la historia el conjunto de las cartas que escribió durante su periplo, al que se bautizó como Itinerarium Egeriae, desde el que aspiraba a verlo todo y del que sólo se conserva una parte, puede considerarse uno de los primeros antecedentes de la literatura de viajes. El género existía de alguna manera ya entre los griegos, en las descripciones itinerantes a las que llamaron periégesis y de las que Hecateo de Mileto fue su máximo precursor.

No fue hasta 1903 cuando un estudio publicado por Mario Ferotín en la Revista de Cuestiones Históricas finalmente le atribuye Egeria la autoría del Itinerarium, después de que durante años se pensase que era obra de otra autora más reciente. Curiosamente, la pista que sirvió para relacionar el códice con Egeria estaba en otra carta: la que San Valerio, un eremita y abad de El Bierzo de la segunda mitad del siglo VII, escribe mostrando su gran respeto por la mujer que había viajado de Gallaecia a Tierra Santa: «Hallamos más digna de admiración la constantísima práctica de la virtud en la debilidad de una mujer, cual lo refiere la notabilísima historia de la bienaventurada Egeria, más fuerte que todos los hombres del siglo». El Bierzo era también el lugar donde permanecían las hermanas a las que Egeria escribía sus cartas, argumento que refuerza la idea de que esa comarca leonesa limítrofe con Galicia era también el lugar de origen de la aventurera.

La verdad literaria en la escritura vulgar
En su colección Historia de España, Menéndez Pidal afirma que «Egeria ha de colocarse con todo derecho al frente de las escritoras españolas». Aunque en su escritura resulta evidente que Egeria no escribía con ánimo de ‘literaturizar’ su viaje, sólo buscaba transmitir a sus hermanas la sensación de los descubrimientos, su obra es pionera en la literatura de viajes.

Su lenguaje fresco y cercano, escrito en forma de cartas, quizás sea el antecedente más remoto de los libros y guías de viajes. «Para empezar, elige el vehículo epistolar como armazón para montar su relato. Por las alocuciones que de tarde en tarde animan su escritura vemos que se trata de una suerte de larga carta que dirige a las dominae et sorores que quedaron en la patria. La excusa de tener que ver por ellas, fijarse bien en todo para después contárselo a ellas, proporciona la armadura del género», escribe Carlos Pascual en su libro El viaje de Egeria.

Escritores insignes como Flaubert también entraron en el clasicismo viajero por la puerta del género epistolar. «La escritura es para Egeria un mero instrumento. Por eso ha optado por un latín vulgar, ella, sin duda una mujer cultivada; por eso no le importa despacharse con unas fórmulas o entretenerse de manera desproporcionada en un determinado pasaje. Eso es precisamente lo que vale de su estilo, lo que le confiere una categoría literaria a pesar de las palabras», añade Pascual.

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 En el texto el estilo lo marca la personalidad de la autora, profundamente curiosa y crítica. «La palabra de Egeria puede ser llana y vulgar, excesivamente coloquial, candorosa, pobre si se quiere. Puede que a veces se repita, se atropelle, pierda el hilo de lo que estaba diciendo. Pero ni el estilo mismo ni las palabras misma pueden a veces con la verdad literaria, con la fuerza interior de una determinada escritura», afirma Pascual.

«Otro aspecto de la personalidad de Egeria que llama poderosamente la atención es su juicio crítico», escribe César Morales, autor de novela histórica. «Es una devota cristiana, pero intenta comprobar por sí misma lo que cuentan los textos sagrados y, cuando no lo logra, no tiene problema en reconocerlo. Así, en una ocasión en la que uno de sus guías le habla de un lugar en el que podrá ver a la mujer de Lot transformada en estatua de sal, afirma sin rubor: «Pero creedme, (…) cuando nosotros inspeccionamos el paraje, no vimos la estatua de sal por ninguna parte, para qué vamos a engañarnos».

La autora marcó con su escritura improvisada un nuevo estilo y aborda pistas sobre el propio recorrido del lenguaje. «Para los filólogos es una verdadera joya, algo obligado en las universidades que cuentan con departamentos de Filología clásica. Escrito en el latín vulgar que se hablaba a finales del siglo IV, aquel sermo cotidianus que se enfundaba al acento peculiar de cada callejón de un Imperio Romano tan extenso, el texto de Egeria está trufado de modismos», añade Pascual.

5.000 kilómetros de viaje peregrino
Los pasos de Egeria arrancan de la zona de Gallaecia (Galicia), continúa por Tarraco (Tarragona), cruza el río Ródano por el sur de la Galia, atraviesa Italia, embarca hacia Constantinopla y desde allí sigue hasta Palestina para visitar la Tierra Santa en una peregrinación que años antes había inaugurado santa Helena, madre de Constantino.

Visitó Jericó, Belén, Nazaret, Cafarnaúm y establece en Jerusalén su centro de operaciones. En el año 382 continúa su viaje por Egipto, con el fin de conocer a los monjes y anacoretas que vivían en el desierto. Pasa de nuevo a Jerusalén y de ahí inicia su peregrinación al monte Sinaí (momento en el cual comienza la parte encontrada de su relato) visitando Antioquía, Edesa, Mesopotamia y Siria. En la ciudad de Tarso, Egeria anota en su cuaderno el feliz reencuentro con una amiga.

«Encontré allí a una muy amiga mía, a la que todos en oriente tienen como modelo de vida, una santa diaconisa de nombre Marthana, a la que yo había conocido en Jerusalén una vez que ella subió a orar. Tenía bajo su gobierno monasterios de aputactitas, o sea, vírgenes. Cuando me vio ¡con cuánto gozo de ambas, que no podría expresarlo!».

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 Un tiempo después, a su vuelta hacia Costantinopla, escribe a sus hermanas una última carta: «Tenedme en vuestra memoria, tanto si continúo dentro de mi cuerpo como si, por fin, lo hubiere abandonado». Escribe también sobre su deseo de visitar la ciudad de Éfeso, pero se pierde el rastro de sus pasos. No sabemos si alguna vez regresó a Hispania, si murió o si Egeria continuó viajando. Quizás por eso, por la hazaña y por el misterio, su viaje permanece eterno.

Pero, a pesar de la hazaña, poco se habla del viaje de Egeria. En 1984 Filatelia Española emitía cuatro millones de ejemplares del sello dedicado al XVI centenario del viaje de la monja Egeria (insisten en hacer monja a Egeria aunque ha quedado demostrado que en aquella época todavía no existía el concepto de monja y, pese a su religiosidad manifiesta, nadie puede asegurar que fuera siquiera abadesa).

Hay libros, varios libros, que estudian su Itinerario, el lenguaje que emplea, las costumbres que describe. Su hazaña ha sido traducida a numerosos idiomas (español, francés, alemán, ruso, inglés); hay una calle a las afueras de Ponferrada y otra calle en León que lleva su nombre. Una pequeña empresa de cerveza artesana en El Bierzo se llama como ella y en el pequeño municipio leonés de  Villaquilambre desde 2007 funciona una Escuela de Formación de mujeres Egeria.

Pero ¿por qué no es referencia Egeria en la historia común de la cultura viajera y en el género literario de viajes?

Pascual, como muchos de los que han estudiado el texto de Egeria, insiste en la necesidad de sacar a la peregrina del anonimato. «Su relato, por sí mismo y por lo que significa, merece ser mejor conocido por el público en general. Lo merece el relato y lo merece su autora. Porque la figura de Egeria tiene todos los ingredientes para encandilar a cualquier lector sensible: es una figura tan apasionada como apasionante».

En el año 384 una mujer que aspiraba a verlo todo escribió todo lo que vieron sus ojos.


Fuente:  http://www.yorokobu.es/egeria-la-primera-viajera/

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