miércoles, 27 de diciembre de 2017

Memoria sin cerebro



Mimosa pudica
Supongo que todo el mundo conoce la Mimosa pudica: hoy en día la venden hasta en los supermercados. Para los pocos que no la hayan visto nunca, se trata de una agraciada e insólita planta que, como su nombre indica, cierra delicadamente las hojas, en un movimiento de extremo pudor, cuando éstas reciben algún estímulo externo  (por ejemplo, cuando las tocamos). Gracias a esta reacción, tan rara en el mundo vegetal, esta planta originaria de las regiones tropicales del continente americano despertó un gran interés a su llegada a Europa. La estudiaron científicos del calibre de Robert Hooke, el famoso microscopista inglés, o el médico francés Henri Dutrochet de Néons, considerado el padre de la biología celular. Es decir, que durante algunos años la Mimosa pudica fue toda una estrella de la botánica.
   Tampoco el caballero Lamarck supo sustraerse a su atractivo, y profundizó en su conocimiento sirviéndose de innumerables experimentos mediante los cuales estudiaba su comportamiento en situaciones, cuando menos, originales. Lo que más fascinó a Lamarck fue el hecho de que, cuando se las sometía de forma repetida a estímulos de la misma naturaleza, a partir de cierto punto las hojas dejaban de reaccionar e ignoraban los estímulos sucesivos. Lamarck estaba en lo cierto cuando atribuyó esta interrupción al "cansancio"; básicamente, tras haber retraído las hojas en repetidas ocasiones, la planta se quedaba sin energía para seguir moviéndose.
   Lamarck cayó en la cuenta de que, a veces, tras muchos estímulos idénticos, el "sujeto" dejaba de cerrar las hojas mucho antes de haber agotado sus reservas de energía. Hasta que un día dio con un original experimento de René Desfontaines. El botánico francés había ideado un pintoresco experimento: le pidió a uno de sus estudiantes que cargara un buen número de plantas en un carruaje, que se las llevara a dar un tour por París y que vigilase escrupulosamente su comportamiento. Sobre todo debía fijarse cuándo cerraban las hojas. El estudiante, tras acomodar varias macetas de Mimosa pudica en el asiento de un coche de caballos, ordenó al cochero que diera una vuelta  a trote moderado y, a ser posible, sin hacer paradas.
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   El muchacho estuvo ocupado anotando en su cuaderno hasta el último detalle relativo al comportamiento de las plantas, que habían contraído sus hojas al producirse las primeras vibraciones del carruaje sobre los adoquines. Como era de esperar, las plantas habían cerrado las hojas al notar las primeras vibraciones del carruaje. No obstante, mientras seguían paseando, ocurrió algo inesperado. Primero una, luego dos, luego cinco y finalmente todas, las plantas comenzaron a abrir las hojas a pesar de que el carruaje seguía vibrando con la misma intensidad. Nuestro estudiante apuntó en el cuaderno que las plantas se estaban "acostumbrando".
   Los resultados del experimento acabaron plasmados en una interesante memoria de la Sociedad Botánica de Francia, pero pronto quedaron olvidados. Las indicaciones de Desfontaines eran más que claras ya entonces apuntaban hacia un comportamiento adaptativo derivado de la memorización de información.[...]
  Hoy en día se cree que se trata de una memoria epigenética, pero hasta hace poco no se sabía nada acerca de su funcionamiento. Es probable que las células puedan recordar las alteraciones en la expresión de los genes causadas por un factor estresante. [...]
   Más allá del puro interés botánico, comprender el funcionamiento de la memoria en seres sin cerebro, además de resolver el misterio de cómo recuerdan las plantas, puede servir para entender mejor cómo funciona nuestra propia memoria, qué mecanismos derivan en alteraciones o patologías y cómo sus formas particulares pueden localizarse también fuera del sistema nervioso.

Stefano Mancuso

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